
Es un hecho alarmante las sorpresas que en ocasiones nos puede jugar el lenguaje. De igual modo, es un hecho casi “obligatorio” que en cada laboratorio, sea de investigación, de enseñanza, o privado, debe haber una centrífuga. Dentro del lenguaje cotidiano escuchamos las palabras, “pon esto en la centrífuga”, o “pásame la centrífuga”, en caso de que sea ésta una muy pequeña.
Sin embargo, para sorpresa de muchos, el verdadero nombre que este importantísimo y útil instrumento de trabajo debería tener es el de "centrípeta". Esto se debe a que es la fuerza centrípeta la responsable de que la trayectoria de las muestras colocadas en el aparato gire hacia el centro y no hacia afuera del mismo. La fuerza neta que actúa sobre el cuerpo en movimiento circular, que por lo general son micro-tubitos o tubos de ensayo, actúa perpendicularmente a la dirección aplicada sobre el cuerpo en movimiento, o sea, hacia el centro de la “centrípeta”.
La otra fuerza mencionada, la centrífuga, es la que tiende a comportarse de manera contraria a la antes mencionada. En esta, los objetos mostrarán una tendencia a alejarse del centro, entiéndase, el centro rotatorio del sistema al cual nos estemos refiriendo, con un movimiento circular y a su vez perpendicular al radio de éste. Es importante tener en cuenta que en estos casos nos referimos a sistemas inerciales, como lo son éstos comunes utensilios de la “cocina” científica.
De modo que, la próxima ocasión que vayamos al laboratorio, asegurémonos de tener buen agarre en los zapatos, no sea que salgamos disparados junto con las muestras, en dirección perpendicular a los pensamientos meditabundos de una tarde soleada …
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